James McCartney lanzó una canción con Sean Lennon. El primero es hijo del Beatle Paul y Linda McCartney, nacido Eastman. El segundo, del Beatle John y Yoko Ono. Por separado ambos han rodado sus ruedas con poco saliente. La colina de las prímulas Es una canción más bonita que los padres de James con Wings podrían haber firmado, pero los monjes tuvieron un éxito, el primero de una carrera junto a McCartney y Lennon.
Si se juega con cabeza las ventas, la siempre inquieta industria discográfica tendrá una veintena de oportunidades para las segundas generaciones de primeros espadas de los escenarios que el menú vivió a la sombra de sus progenitores. Ya hay que investigar a los productores más atentos sobre qué dedican a los descendientes oficiales, en caso de haberlos, de los dos más famosos de la historia del pop, como Paul Simon y Art Garfunkel, que como muchas parejas acarameladas acabaron a tortozos en su puente sobre aguas turbulentas.
Si Sants tiene que elegir nombre de cantante, será Núria Feliu
Es una última cosa que es imposible para un dúo junior Caballé y Mercury por su incomparabilidad con el Mercurial de segunda generación. Los hipotéticos descendientes han dedicado otra canción a Barcelona y al habrá estrenado en la estación de Sants, ahora que el Congreso de los Diputados ha decidido cambiar el nombre de la soprano, cuando todo el mundo sabe que si Sants ha de lucir un nombre de cantante, será ser de Núria Feliu.
La operación McCartney-Lennon puede aportar mucho más a la música. Ahora que vivimos en una perpetua campaña electoral (ayer tubas, en mayo catalanes, en junio europeos y en noviembre norteamericanos), sabemos que la única manera de superar la gerontocracia de Biden y Trump sería una fórmula con los descendientes directos de Nicola. Sacco y Bartolomeo Vanzetti.
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