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Hay quien empieza el día de buen o mal humor por causa del sueño que abandona con la almohada. Podrá no recordarlo, pero el sueño dejará inevitablemente un rastro luminoso o turbio en el ánimo. Hay quien comienza el día pulsando el botoncito de la radio o la televisión. Deja, pues, que un guion determinado por una ideología o una trinchera trabaje en su cerebro desde primera hora. Hay quien empieza el día en Twitter y es como invitar a desayunar a un pelotón de obsesivos dispuestos a exaltar la novedad más estridente o extravagante (que bastantes tuiteros sean inteligentes no impide que predominen los del piñón fijo). Hay quien, como mi amigo Xavier, comienza el día haciendo meditación. Se tumba sobre una colchoneta, respira y espira lentamente, mientras se va liberando de sueños y ansias. Su cabeza se transforma en una habitación vacía y blanca. Era un tipo impaciente, pero ahora reacciona con serenidad tanto en el luto como en el júbilo.
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