Almuerzo pendiente con Javier Cercas. Las viandas no amenazan el protagonismo de la palabra, aunque estén a la altura del verbo que gasta el novelista catalán más galardonado. Nos saltamos el tramo de conversación banal que prologa cualquier encuentro. No nos apetece picotear con desgana sobre lugares comunes. Aprieta el calor pero hay ganas de platos contundentes. Empezamos por el derecho a decidir. Cercas expone su punto de vista sobre el particular. Nada que no haya dicho y escrito muchas veces sobre la base de una afirmación objetivamente cierta: este derecho, como tal, no existe, ni ha existido nunca en ningún ordenamiento jurídico.
La mesa contigua finaliza su ágape y levanta el tenderete. Un señor, que por edad se antoja difícil que mejore en lo tocante a modales, revienta nuestra burbuja de privacidad antes de abandonar el restaurante. Nervioso por la heroicidad que está a punto de acometer, dice algo que en primera instancia resulta ininteligible. Cercas practica el gesto civilizatorio de extender la mano para encajarla con la del intruso. El desconocido repite aturullado lo que ahora sí atinamos a decodificar aunque siga balbuceando: “el derecho a decidir sí que existe”. Y añade, más heroico todavía, dirigiéndose únicamente a Cercas: “Eres muy poco demócrata, muy poco demócrata”. Dicho lo cual nos da la espalda y sale a la carrera. Quizás intuye que ante un idiota, y a diferencia de Cercas, mis modales y paciencia son de muy corto recorrido.
Celebrar a todos los que se atreven a decir lo que piensan por puro compromiso cívico
La escena descrita, desagradable, no es habitual. Este es un país en el que, incluso en sus peores momentos, la gente ha comido tranquilamente en los restaurantes. De igual modo es cierto que, sin movernos de la excepcionalidad de los hechos, el cuadro descrito podría interpretarse con actores e ideas distintas como protagonistas. No existe el riesgo cero para el personaje público ante el idiotismo de terceros, piense lo que piense, defienda lo que defienda.
Si ese hombre hubiera insultado a Cercas con una palabreja común, tontolaba, pongamos por caso, es improbable que usted leyera una columna como esta porque no la habría escrito. A fin de cuentas no se trata de elevar a público cualquier encontronazo con un alelado. Pero como el señalamiento fue por antidemócrata, se antoja el pretendido insulto como excusa perfecta para festejar y reivindicar abiertamente a Cercas. Con más motivo cuando ha sido injustamente vilipendiado en demasiadas ocasiones por individuos no tan anónimos como el que interrumpió la comida.
Celebrarle no solo a él, sino a todos los que se atreven a decir lo que piensan, guste más o guste menos, plazca a unos o plazca a otros, por puro compromiso cívico y sin medir con pie de rey el beneficio o el perjuicio de sus palabras. No son tantos. Y sin embargo son imprescindibles para sanear y airear la conversación pública. El coraje es el manantial de las virtudes.
Respecto al latoso entrometido, quizás no quede otra que compadecerlo. El débil mental lo tiene muy difícil para resistirse a las campañas de promoción de la estulticia. Ni siquiera nos deseó buen provecho. Pobre hombre.
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