Yo quiero ser millonario, no quiero un trabajo normal
Carl Lewis, en 1979
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Kenenisa Bekele dio el pistoletazo de salida al maratón de París del 2007.
Lo sé porque lo vi.
Pude distinguirle desde mi línea de salida, cuando me veía aprisionado entre la multitud, tenso y asustado: en lo alto del escenario, el Dios del fondo alzó el brazo derecho y apretó el gatillo.
–¡Buuuum!
Luego eché a correr y a sufrir y ya no le di más vueltas a aquella escena hasta el día siguiente, cuando salí a pasear por los Campos Elíseos, patoso como un pingüino, y de súbito me sorprendió lo inesperado: sentado en un banco, absorto en su pensamiento, estaba Bekele.
Allí estaba ahora el Dios, acaso un Dios invisible, ahora un tipo desarmado.
(Bekele: entonces plusmarquista mundial del 5.000 y el 10.000; diez veces campeón del mundo de cross, otro puñado de títulos mundiales y olímpicos).
Allí estaba el Dios solitario, ahora apenas uno más entre la muchedumbre, un hombre ajeno al mundo.
Confundido, me dije:
–Nooooooo.
En los 80, Carl Lewis cobraba tres millones de euros por un duelo ante Ben Johnson, que cobraba 1,5”
Así que me acerqué a Bekele, me acerqué a saludar al mito, a intercambiar con él unas pocas palabras, y al cabo de un rato el mito me preguntó:
–Usted corre, ¿verdad?
–¿Por qué me lo pregunta?
–Porque me ha reconocido…
(…)
Javier Moracho tiene 65 años, dos hijas y cuatro nietos, y ya está jubilado. Y cuando le apetece se sube a la bicicleta y recorre los Pirineos aragoneses (en estos días de verano) o la Collserola catalana (en el día a día), pero antes corría y pasaba vallas, era un vallista estelar, con podios europeos y mundiales, brillante sobre todo cuando competía bajo techo.
Y cuando le hablo de la soledad de Bekele, de la soledad del mito en París, Moracho me dice:
–En mis tiempos no era así.
Y me habla de las leyendas de sus años mozos, de los astros que sobrevolaban los estadios en aquellos 80 y 90, en sus décadas como atleta: Coe, Ovett, Cram, Dreschler, Mary Decker, Merlene Ottey, Jackie Joyner, Kratochvilova, Koch, Moses, Foster, Lillak, Bubka, Daley Thompson…
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–Carl Lewis nunca hubiera podido sentarse en un banco entre la multitud. Carl Lewis sí que era un Dios.
Y lo compara con Maradona y Platini, y no es el único que así piensa, pues así mismo pensaba el director de un diario deportivo que se había comprometido a pagar un dineral por reunir en una gala a los tres mitos: Lewis, Maradona y Platini.
–En realidad, a aquel director le bastó con que viniera Carl Lewis –me dice Moracho.
Orígenes
Nebiolo fue el impulsor del primer Mundial; se decía: ‘No podemos ser protagonistas solo cada cuatro años’
Y para traerle desde Estados Unidos, al Hijo del Viento y a su hermana Carol, y a los padres, a todo el clan Lewis, el diario había llegado a pagarles un Concorde de ida y otro de vuelta.
–En aquellos años ochenta, Carl Lewis cobraba tres millones de euros por un duelo de diez segundos ante Ben Johnson, que cobraba 1,5. Ese era el atletismo de entonces –me dice Javier Moracho–. Y cuando le doy esos números a los atletas de ahora, abren los ojos como platos, no se lo creen.
(El caché de un atleta español de máximo nivel apenas alcanza los 1.000 euros por prueba).
–¿Así es como nació el atletismo moderno? –le pregunto.
–Así nació –afirma.
(…)
El atletismo moderno había nacido hace 40 años, número redondo hoy, cuando arrancan los Mundiales de Budapest.
Lo había hecho en Helsinki, en 1983, en aquella Finlandia que adoraba (y aún adora) el lanzamiento de jabalina, la Finlandia que había acogido el primer Campeonato del Mundo, aquel que nos había abierto los ojos a los críos de la época.
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Allí habían competido Lewis y su hermana Carol, y Cram, Dreschler, Decker, Ottey, Joyner, Kratochvilova, Moses, casi todos los que he citado unos párrafos más atrás, todos ellos mitos del deporte que ganaban millonadas, y también Javier Moracho, el vallista de Monzón que era amigo de todos y sobre todo del clan estadounidense, pues había estado becado en Washington State University y se manejaba en inglés, dos virtudes excepcionales en aquella España de la Transición.
(Moracho era el capitán del equipo español, el de Josep Marín y Llopart, Abascal, González, Alonso, Prieto, Corgos, Lobito Ruiz, Cabrejas, algunos de ellos ya nos han dejado: un equipo de 24 hombres y solo tres mujeres, entre ellas María José Martínez Patiño).
Abascal y González ingresaban 12.000 euros cada uno por disputar una milla en Inglaterra”
–Hasta aquel 1983, el mundo del atletismo solo se reunía en los Juegos Olímpicos, que eran nuestro Mundial –dice Moracho–. Ya sabe usted que los Juegos se celebran cada cuatro años, así que el gran atletismo tenía muy pocas ocasiones para reunirse. Nebiolo decidió darnos más vida y más presencia.
Primo Nebiolo era italiano y era el presidente de la Federación Internacional de Atletismo (IAAF, hoy el World Athletics que preside sir Sebastian Coe), y llevaba años maldiciéndose:
–No puede ser que los atletas solo sean protagonistas cada cuatro años. Así no podemos crecer.
Y así, buscando respuestas, es como iba a concebir los Campeonatos del Mundo, un gran encuentro global, cuatrienal en sus orígenes (desde 1991 pasó a ser bienal), cuya espectacularidad, ritmo y sentido estético iba a capturar a millones de televidentes y a atraer a grandes patrocinadores.
Hoy, el atletismo sale menos en televisión. Me cuesta hallar tres nombres de máximo interés mundial”
–¿Por qué eran tan populares aquellos atletas? ¿Por qué ganaban tanto dinero? –se pregunta Moracho–: porque tenían más horas de televisión. Entonces, solo en España, Unipublic organizaba ocho reuniones internacionales que se retransmitían por TVE. Abascal y González cobraban 12.000 euros por una milla en Inglaterra. Los duelos directos se cotizaban muy bien.
Estaban los Coe-Ovett.
Los Thompson-Hingsen.
Los Dreschler-Joyner.
Los Lewis-Johnson.
Los Cram-Auita
Edwin Moses llegó a encadenar 122 victorias consecutivas en los 400 m vallas: se mantuvo invicto durante nueve años, nueve meses y nueve días. Harald Schmidt sufrió aquel tormento. Nunca pudo derrotar a Moses. Lo hizo Danny Harris, en Madrid, en una carrera que había montado el mismo Moracho, en 1987.
–¿Y hoy –le pregunto.
–Hoy, el atletismo sale mucho menos en televisión. Me cuesta encontrar tres nombres de máximo interés mundial.
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Pienso en Jakob Ingebrigtsen, Armand Duplantis, Yulimar Rojas, Grant Holloway y Shelly-Ann Fraser-Pryce, astros a partir de este sábado en los Mundiales de Budapest.
Creo que cualquiera de ellos podría sentarse en un banco con vistas al Danubio para disfrutar del crepúsculo: sospecho que nadie les molestaría.
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